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"Sabotaje en el álbum familiar" de Libertad Demitrópulos (Mil Botellas, 2025)

  • Foto del escritor: José Henrique
    José Henrique
  • 12 dic
  • 2 Min. de lectura
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Si esta novela fuera un vino, al saborearla uno diría que tiene un dejo de Sara Gallardo y regusto, también, a lo poético de la Negroni; o más bien al revés, porque la Demitrópulos les lleva una punta de años.

Libertad Demitrópulos es de Jujuy, y cuando alguien es de allí, “El Ingenio” le atraviesa la vida. Es como un amo y señor al que no se lo puede ignorar.

La novela tiene capas y subcapas de opresión, que dialogan entre sí con todas sus contradicciones a flor de piel.  La abuela que desafía el mayorazgo, y se adueña de la fusta que oprime y ordena. La pusilanimidad de “sus” hombres, pero la condena de la masculinidad con mayúscula que al fin llega, obturando posibilidad de herencia. La niñez bastarda, el lugar de la mujer, lo indígena, la explotación, pero también la resistencia peronista, espontánea y huérfana. Y cuando parece que todo se juega en esos micropoderes, en el fondo, como una sombra insaciable que avanza, la explotación grande, la de “El Ingenio”, que intenta quedarse con todo.

Está armada como un álbum familiar que se le despliega al lector, donde la imagen aparece como disparador e indicio del relato, que tiene huecos, negaciones y preguntas que reinterpretan. Pero lo que prima no es el rearmado del mismo, para que con aire renovado, siga sosteniendo la tradición, no, lo que privilegia es el sabotaje de ese álbum que se mantenía vigente y activo a punta de látigo. Y ese sabotaje consigue la ruina, donde deambulan los fantasmas de lo que fue. Pero este movimiento destructivo, abre, con todo el sufrimiento de lo perdido a cuesta, la posibilidad de algo nuevo, que los personajes no verán, que el lector no verá, pero que sin la explosión no habrá posibilidad de mañana distinto.

La lógica de álbum le permite a la autora, ir y venir en el tiempo, confundir personajes, que ahora son niños, o jóvenes, o adultos, o viejos. Las imágenes se reacomodan en busca de sentido, se contrastan, aparecen escenas, personajes, que de repente resignifican, que parecen echar luz, apuntalarlo para mantenerlo vivo y así, seguir generando relato. Pero el álbum se desgaja, se ajea, se vuelve famtasmagórico y lo progresivo que contiene, no alcanza para pararse desde allí y armar. Porque es un registro que se forjó a punta de látigo y por eso la última foto, es la sirviente indígena deseando la muerte para que termine el sufrimiento en medio de las ruinas de la hacienda, con las grandes máquinas del Ingenio, expropiándolo todo para plantar caña.

 

P.D: Agradecer a mi amigo Mario Iribarren que me arrimó a esta gran escritora, constitutiva de una tradición de literatura femenina que hay que prestarle mucha atención y seguir su rastro.

 
 
 

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