"AMIGDALA-TRÓPOLIS" de B. R. Yeager (Caja Negra, 2025)
- José Henrique

- hace 3 días
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 5 horas

B. R. Yeager ubica a la ciudad en la amígdala, un bolo de lodo suburbano que genera arcada y desencadena el vómito.
Se publica por primera vez en 2017, dato relevante, ya que a lo que describe hay que sumarle el mazazo de la pandemia.
La primera operación de la novela es cerrar la puerta del cuarto de la adolescencia y juventud del sXXI, donde el sol del afuera ni siquiera existe como idea, el reinado agarofóbico sólo es interrumpido, por las salas de chats y videos que ingresan al cuarto por medio de las pantallas. Como los padres del personaje, quedamos detrás de la puerta, imposibilitados de entrar e interactuar. A los lectores maduros nos va a habilitar la cerradura, obligándonos a arrodillarnos, agachar la cabeza y observar pasivamente ese mundo que apenas conocemos. Nadie fuerza la puerta de ese cuarto, los adultos, a lo sumo, susurran del otro lado, acercan un plato de comida o dejan en el umbral el paquete que llegó comprado desde la web. O peor aún, aceptan la propuesta del hijo de comprarles su propia habitación, ya que tiene baño privado y esto le evitaría salir del suyo para la inevitable tarea de cagar y mear.
¿Qué mundo es el que observamos por la mirilla? ¿Qué vemos en la pantalla, por sobre el hombro de nuestro joven protagonista varón? Una comunidad obsesionada con la pedofilia, el snuff, la misoginia extrema, la homo y gerontofobia. Aunque nada de esto puede saciar su deseo, porque lo que prima es la compulsiva búsqueda, onanista y consumista de violencia, con la promesa de un gozo que nunca se consuma.
Debo reconocer que la novela me resultó tan interesante como repulsiva. Me costó leerla, como si la generación de la que soy parte (que es la que hoy gobierna) recibiera un baño de realidad, pero en vez de agua, saliera plomo fundido de la flor de la ducha.
Pero ese plomo líquido que sentimos sobre la espalda, es uno que nuestra generación fue fundiendo en la cocina de su juventud. Somos los hijos de la dictadura. Los de la derrota de los que se sublevaron contra el ataque feroz, de fines de los ’60, a las conquistas que se plasmaron en el estado de bienestar por miedo al fantasma de la revolución a la salida de la guerra. Somos el reaganismo-thatcherismo de los ’80 y el posmodernismo consumista de los ’90. No pudimos frenar los indultos, no nos importó la precarización del trabajo, ni la desocupación extrema, si podíamos comprar videocaseteras y viajar al exterior con la convertibilidad; si hasta permitimos que pongan rejas a las plazas y también se las pusimos a nuestras casas, porque el otro era una amenaza constante. Quiero recordar, por si alguno levanta el dedito inquisidor contra los jóvenes de hoy, que la novela que nos describió a nosotros fue American Psycho (1991) de Breat Easton Ellis.
Por supuesto que las generaciones no son homogéneas, como tampoco creo que lo sea esta juventud que describe la novela. Claro que hubo resistencias, sin ellas no se entiende el 2001.
Pero hay que prestarle atención a estos síntomas de descomposición que empiezan a marcar a una juventud desesperada.
Por eso, al que le guste el durazno de transformar la realidad debe leer esta novela, y lo lamento, tendremos que bancarnos la pelusa.







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