"Arderá el viento" de Guillermo Saccomano (Alfaguara 2025). Ojo que tiene spoiler.
- José Henrique
- 20 may
- 3 Min. de lectura

El autor de esa gran trilogía sobre la violencia política argentina ("La lengua del malón", "El amor argentino" y "77"), vuelve a transitarla en su última novela. Pero esta vez no hay héroe, ni sobreviviente que narre el trauma de la afrenta social. Ya no hay hecho fundante del horror por parte de la violencia estatal que organice el relato y habilite la resistencia, el silencio oprobioso o la complicidad. No hay bombardeo del '55, no hay milicos tirando personas desde aviones, ni campos clandestinos de detención. "Arderá el viento" es una novela de la descomposición. La violencia estatal está, la corrupción política, la cana matando pibes pobres, y como siempre "las fuerzas vivas" de la sociedad reuniéndose para hacer sus pingües negocios, pero inclusive ellas no tienen la sartén por el mango de la violencia, no, la tiene el narco, que no participa de la trama de la novela, sólo aparece cuando la violencia descompuesta de los habitantes de la villa balnearia, es noticia nacional y complica el negocio. Ni siquiera les adjudica un personaje, sólo un par de camionetas negras que se cargan al intendente, para frenar tanto lumpenaje y poder seguir tranquilos con el negocio y aterrizar sus avionetas. Me los imagino diciendo, "Qué manga de descompuestos, no queda otra que poner un poco de orden a este descontrol".
La novela se narra desde un nosotros difuso, como si el pueblo entero hubiera acordado esa versión de los hechos. Ya no es la declaración de un sobreviviente del horror, sino más bien del que cuenta sus pecados en un confesionario, en voz baja, tirándose un lance para ser perdonado, aunque mucho no crea.
Absolutamente todos los personajes están frustrados, entonces cojen y violentan como consumistas compulsivos que, vacíos después de la compra, se lanzan a una nueva, y así sucesivamente. Este círculo parece funcionar con relativa armonía, hasta que una pareja extravagante llega de improviso a la Villa balnearia y compra el viejo hotel. Ellos no se resignan a aceptar ser engranajes de la frustración. También cojen y violentan, pero no están dispuestos a sumarse a la maquinaria silenciosa y aceitada del pueblo.
La colorada y el supuesto Conde húngaro llegan vestidos como para ir de fiesta, en un Buick blanco extravagante. Quien les vende el Hotel les advierte solapadamente las reglas del juego. Toma como parte de pago el auto, "porque en las calles de la Villa no les va a servir" y lo esconde/arrumba en un galpón. La colarada se los coje a todos y todos quieren cojerse a la colorada. El Conde pinta, o mejor dicho se emborracha en el bar para enfrentar una y otra vez al lienzo en blanco. Sólo su suicidio, manchando la tela con su propia sangre consumará su obra. Ella escribe una novela erótica desenfadada osando erigir una voz narrativa sin tapujos, queriendo competir desde un yo narcisista y exhibicionista con ese nosotros confesional y culposo que lleva adelante el relato de los hechos. Nadie se cuestiona el ciclo de cojer y violentar, la puja es por cómo contarlo/mostrarlo.
La hija y el hijo de la pareja son dos "frikis" que por momentos parecerían funcionar como denunciantes de todo, al estilo de los hermanos en "Payasadas" de Vonnegut. Denuncian subiendo la apuesta, organizan un club con un vecino que se dedica a envenenar a todos los perros de la Villa. No funciona, el vecino se suicida de la culpa, y la colorada se coje al comisario, que mata a tres pibes pobres para echarles la culpa. Nuevo intento desesperado, cojen con la hermana que queda embarazada, arma bombas molotov para tirarlas en los barrios pobres y que se pudra todo..., las tira en el colegio, saca el arma y mata a sus compañeros.
Último intento de volver a foja cero.
El jardinero (que también se coje a su patrona) asila en su casilla a la hija embarazada, luego de que la madre la rechaza, no porque cojió con su hermano sino porque no vamos a poder mantener al vástago. Entonces decide prender la casa con la colorada y su manuscrito adentro, las camionetas de los Narcos aleccionan al poder político y acá no ha pasado nada, pero... el llanto del recién nacido se escucha desde la casilla que no se quemó. FIN.
Creo que Saccomano, con esta novela, arma una fábula que habla de nuestras generaciones posmodernas, no heroicas que nos trajeron hasta acá, ¿Qué se abrirá con nuestro legado superficial y consumista? ¿Qué vendrá con la nueva generación? Lo que sí, hay algo que es definitivo; las cenizas de nuestra época.
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