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"Las horas felices" de Pascal Quignard (El Cuenco de Plata, 2024)

  • Foto del escritor: José Henrique
    José Henrique
  • 31 jul
  • 3 Min. de lectura
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Las horas felices es el tomo XII de su monumental obra El último reino que viene publicando El cuenco de Plata. Lo primero que quiero destacar es la traducción de Silvio Mattoni, simplemente extraordinaria. Y lo marco de arranque porque si para aproximarse a cualquier obra hace falta una buena traducción, en el caso de la literatura de Quignard, es imprescindible.

Qué difícil se me hace escribir esta reseña. Porque su escritura es fascinante, entonces, ¿cómo hago para criticar el pensamiento filosófico reaccionario que se desprende de este texto, sin traicionar el placer que me dio leerlo? Intentémoslo.

El texto está construido con retazos de narraciones imposibles de enmarcar en género alguno. El libro se transforma en una especie de Aleph borgeano, que lo contiene todo en forma simultánea, y donde lo espacio temporal se funde en un solo grito primigenio que será materia para armar, una y otra vez, ese mismo grito.

Quignard va a dar vueltas, una y otra vez, sobre una gran idea fuerza: el libre albedrío del hombre no existe, somos parte de esa gran explosión primigenia que nos arroja, junto a todas las demás cosas, creando tiempo y espacio en su estallido. Es en vano oponerse amando sendero propio, ya que sólo lograríamos la fractura del hueso que se resiste al impulso. Lo único creador es el gran envión, antes, la noche, el futuro es el sitio donde cae la piedra determinada ya por la intensidad de la fuerza primera, el presente, el devenir de la onda expansiva. Sólo podemos contemplar la gracia divina de la explosión.

Por eso es que Quignard abreva en el Jansenismo, y aspira a ser leído en 1640, porque ve en la posición del Agustino de Jansen, atacando el libre albedrío y a favor de la gracia divina que lo es y da todo, la última oportunidad de detener al modernismo y su razón. No es casualidad que Quignard diga:

 

Esperar ser leído en 1640 lo que se escribió en 1979 era invertir no la dirección del tiempo, porque no tiene dirección, sino la costumbre de esa orientación.

Fue quitarle toda continuidad al supuesto progreso, atroz o irrisorio o supersticioso, de la Historia.

Era y sigue siendo abrir la propia vida a la ruina inolvidable del tiempo.

Citar es arruinar...

 

...Todo lo que se mantiene al acecho de su propia emancipación, todo lo que trata de romper los lazos, de quitar las cadenas, de pulverizar el cepo, todo lo que se apresta a ser libre es ruina.

*

 

Llamo “1640” al vacío mental que siguió al derrumbe de la Europa renacentista –sumiéndola de golpe, por completo, en la guerra civil y la guerra religiosa. 



7 de setiembre de 1640, la hija de Descartes, de cinco años, muere en Amersfoort.

 

De alguna manera reacciona frente al horror del positivismo de forma similar a como lo hace el gótico inglés a mitad del sXIX, de forma aristocratizante y en busca de un paraíso perdido estático, medieval. Propone el goce escéptico del que se deja arrastrar a dónde lo lleve el mar.

  Ahora bien, dicho esto, Pascal Quignard nos ofrece y nos exige, para abordarlo, algo que para entender estos tiempos urge, "pausa". No se lo puede leer a las apuradas, ansiosos por lo que vendrá. Sus ideas están manifestadas con una belleza tal, que asusta. Es un libro que van a disfrutar si lo saborean de a poco, no lo lean de golpe. Dejen rendirse a sus pies, escuchen la musicalidad de sus palabras y cuando cierren el libro, cuando el goce extremo haya pasado, critiquen sus ideas con furia. Pero de ninguna manera pueden perderse esta belleza que nos hace reflexionar hacia dónde vamos. Aunque par él no haya vorágine porque no se va a ninguna parte.

 
 
 

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