Una lectura de "Pedro Páramo" de Juan Rulfo
Estuve limpiando mi computadora de miles de archivos arrojados por cualquier lado y me encontré con éste artículo mío sobre Rulfo y su Pedro Páramo(¿escrito en el '91, '92?). Me puse a releerlo y me hice dos preguntas: 1.¿Habré cumplido con mi promesa de no escribir nunca más en ese tono académico que sólo habla con un público muy especializado? Ese entre nos que no invita a leer, que no logra ese cross a la mandíbula para que alguien, atontado por el golpe, decida tirarse de cabeza en el mundo sorprendente de la literatura, 2.Después de enojarme con cómo estaba escrito, me amigué un poco, porque era muy joven, porque, seguro, estaba intentando impactar a algún profesor de turno, y porque me pareció que en el fondo tenía algunas afirmaciones interesantes. Bueno, vaya entonces a modo de autocrítica, mezclado con cierta melancolía por el joven que fui.
No puede pensarse la literatura mexicana sin tener en cuenta la Revolución que aconteció a principios de este siglo, sacudiendo todos los cimientos de este país. Sin tener en cuenta tampoco, el carácter interrumpido de ésta. Su imposibilidad de llevar adelante una verdadera reforma agraria, pese al gran arrojo, combatividad y sufrimiento de las masas mexicanas.
Pedro Páramo[1] de Juan Rulfo, también se verá atravesada por estos hechos, pero, a diferencia de lo que se dio en llamar “la novela de la revolución”, en la cual su producción literaria estaba inmersa en la revolución misma, Pedro Páramo, que da a luz a principio de los ‘50, gozará de la distancia de los hechos, pero conviviendo con las “contradictorias conclusiones” de esa revolución interrumpida que pesan sobre México.
La Revolución mexicana le ha sido expropiada a las grandes masas campesinas que entraron en ella con la esperanza de tierras. Los latifundistas de otrora, han seguido siendo los mismos latifundistas de ahora, pero se han apropiado del discurso de la Revolución y en nombre de ella han mantenido sus tierras, entregando parte de ellas. Las masas campesinas no se han quedado sin nada, se han quedado con tierras, sí, pero que no dan nada, se han quedado con el Páramo. La falsa reforma agraria, no es lo mismo que ninguna reforma agraria, aplastar la revolución, borrando, befando, demonizándola, no es lo mismo que derrotarla, llenándose la boca con ésta. Este contradictorio entramado simbólico va a operar en la obra de Rulfo.
El desvío de la revolución mexicana genera frustración. Se esfuma la esperanza de que ella se transforme en piedra fundacional desde dónde constituir las bases de un futuro distinto. Esta frustración va a verse reflejada en la novela, en primer lugar, por la destrucción sistemática de cualquier punto de partida organizador y fundante, tanto en lo temporal como espacial, a partir del cual vaya construyéndose la novela. En esta novela queda descartada de plano la posibilidad de existir como “novela de aprendizaje”, porque no hay punto de partida y de llegada que en su desarrollo genere experiencias y vivencias que permitan sacar nuevas conclusiones o un cambio en la forma de percibir la realidad que pueda ser superador. Muy por el contrario, cae la idea de construcción a través del tiempo sino que funciona como un tiempo suspendido, donde no se puede avanzar, dejar atrás, “experimentar” a futuro. Dentro de este tiempo histórico que ha quedado atrapado, suspendido, se instaura otro que transita la novela de forma circular.
La novela se inicia con el encuentro de Juan Preciado con Abundio caminando hacia Comala y va a cerrarse con la caminata de Abundio borracho hacia la casa de Pedro Páramo que dispara la muerte de éste, más allá de que haya sido o no Abundio el que lo mató. A pesar de que no se pueda confirmar si este Abundio es el mismo que el que se encuentra con Juan, se hace evidente que se dejan muchas marcas para que se repare en esta relación. La primera está en el fragmento 2 donde el diálogo entre Juan y el arriero de burros (igual que el otro Abundio) contesta de forma incoherente, interrumpiendo el diálogo, y si se tiene en cuenta el estado de borrachera, descripto minuciosamente, del Abundio del final, esta extrañeza que provoca el diálogo se resignifica.
-No me acuerdo.
-¡Váyase mucho al carajo!
-¿Qué dice usted?
-Que ya estamos llegando, señor. (p. 10)
La otra marca que nos obliga a reparar en esta relación es que en el fragmento 4 cuando Juan le pregunta por su nombre, remarca intencionadamente que no pudo escuchar su apellido, mientras que es llamativa la reiteración constante del apellido del Abundio del final.
-¿Y cómo se llama usted?
-Abundio -me contestó. Pero ya no alcancé a oír el apellido. (p.12)
Abundio Martínez dejó otros veinte centavos... (p. 98)
Abundio Martínez vio a la mujer de los ojos azorados... (p. 99)
Abundio Martínez oía que aquella mujer gritaba... (p. 99)
Por otro lado está la constante insistencia, a lo largo de toda la novela, de la imposibilidad de que las almas de los muertos puedan “descansar en paz”, abandonar este tiempo circular donde han quedado atrapadas y donde están condenadas a circular eternamente alrededor de estos hechos. No vamos a hacer un rastreo intensivo de esto en toda la novela, pero sí notar que cuando Juan llega a Comala, todos los hechos que acontecen en la novela ya han ocurrido: “-¿Y Pedro Páramo? -Pedro Páramo murió hace muchos años.” (p. 10), le dice Abundio a Juan y una vez que Juan muere (a partir del fragmento 37) sigue presenciando (escuchando) los hechos que se repiten, veamos esta marca en el final del fragmento 37 y el inicio del 38 (este último pertenece a hechos que acontecieron en Comala). Dorotea le pregunta a Juan ya muerto:
“...¿Oyes? Allá afuera está lloviendo. ¿No sientes el golpear de la lluvia?
“-Siento como si alguien caminara sobre nosotros.
“-Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados.” (negritas propias, p. 52)
Acá termina el fragmento 37 y así comienza el 38:
Al amanecer, gruesas gotas de lluvia cayeron sobre la tierra.Sonaban huecas al estamparse en el polvo blando y suelto de los surcos. (negritas propias, p. 52)
Sin embargo en la novela se establecen dos momentos temporales (en el sentido cronológico y no en “el del tiempo atrapado” que se repite circularmente). Hay un “antes” (que corresponde siempre a un pasado perdido) y un “después” de que se marchitaran las esperanzas o ilusiones revolucionarias y por ende la posibilidad de un futuro mejor , y se impusiera definitivamente el páramo.
Ese “antes” está marcado con la fecundidad de la tierra, lo verde, lo dulce, la abundancia de comida, la ilusión, etc. Opuesto a la infertilidad del páramo, al Comala vacío, abandonado por cualquier indicio de vida. Veamos tres referencias a ese “antes” en boca de Susana San Juan, de la madre de Juan y del niño Pedro (nótese que en los fragmentos de la niñez de Pedro sólo una vez se lo nombra con su apellido, en el final del fragmento 10, y es una sentencia pero para el futuro).
Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio. El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.
Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época. (voz de Susana San Juan, fragmento 42, negritas propias, p.63)
Había chuparrosas. Era la época. Se oía el zumbido de sus alas entre las flores del jazmín que se caía de flores. (voz de Pedro, fragmento 7, negritas propias, p. 15).
“...Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada...” (voz de Dolores Preciado, fragmento 8, p. 19)
Para no extendernos en los ejemplos veamos cual era el tiempo del Comala que se encuentra Juan:
Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor a podrido de las saponarias. (P. 7)
Esto lleva en primer lugar a atentar contra el tiempo cronológico-histórico de la novela. Porque más allá de que relevando pequeñas huellas podamos recomponer y reconocer 60 o 70 años de la historia mexicana éstos van a estar no sólo yuxtapuestos e interrumpidos por los discursos atemporales de los muertos, sino que serán parte de una misma masa que formarán ese “después”. En el fragmento 67 es donde esto se expresa con más evidencia plasmando décadas de la historia mexicana y denunciando esa apropiación oportunista de la revolución, amasados en un diálogo, entre el Tilcuate y Pedro, que generándole, al lector, la impresión de darse en un mismo instante.
El Tilcuate siguió viniendo:
-Ahora somos carrancistas.
-Está bien.
-Andamos con mi general Obregón.
-Está bien.
-Allá se ha hecho la paz. Andamos sueltos.
-Espera. No desarmes a tu gente. Esto no puede durar mucho.
-Se ha levantado en armas el padre Rentería. ¿Nos vamos con él, o contra él?
-Eso ni se discute. Ponte del lado del gobierno.
-Pero si somos irregulares. Nos consideran rebeldes.
-Entonces vete a descansar.
-¿Con el vuelo que llevo?
-Haz lo que quieras, entonces.
-Me iré a reforzar al padrecito. Me gusta cómo gritan. Además lleva uno ganada la salvación.
-Haz lo que quieras. (p.95 y 96)
Hay dos momentos donde la novela entreabre la posibilidad de que este tiempo del “después” pueda ser revertido, donde repone la esperanza de superarlo. Desde ya que esta esperanza aparece para reafirmar la imposibilidad de un futuro, ya que ambos momentos se cerrarán con el fracaso.
El primero en realidad está cerrado casi antes de que se abra y está puesto sobre Pedro. Porque si bien el tono de los fragmentos referidos a la infancia de Pedro podrían suponer que Pedro revirtiera la herencia del Páramo después de la muerte de su padre Lucas, ya hemos señalado antes la sentencia de su abuela en esos mismos capítulos. Pero la confirmación de esta sentencia, llega recién en el fragmento 20 cuando se disipan las dudas de Fulgor sobre el carácter de Pedro y la capacidad de éste para continuar la obra de su padre. Y en el fragmento siguiente corroboramos que no es sólo una duda de Fulgor sino de su mismo padre Lucas. Nótese que la determinación de arrasarlo todo por parte de Pedro después de la muerte de su padre, no aparece manifestada en el primer fragmento (13) donde se le comunica su muerte, sino recién en el fragmento 40 cuando recuerda la muerte de su padre golpeado por la muerte de Miguel Páramo.
El segundo que es el que más interesa está puesto en Juan Preciado. Éste vuelve a Comala, con el mandato materno, recuperar ese “antes” perdido, reflejado por los comentarios de su madre que aparecen en el texto en itálicas. Primero reniega de su continuidad Páramo, ya que se refiere a su padre como “el marido de mi madre”, y además se nomina a sí mismo como “Preciado”, funcionando como adjetivo con una carga significativa diametralmente opuesta a “Páramo”.
En las puertas de Comala expone su mandato, a qué vino:
-¿Está seguro de que ya es Comala?
-Seguro, señor.
-¿Y por qué se ve esto tan triste?
-Son los tiempos, señor.
Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: “Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche.” (negritas propias, p. 8)
“...El abandono en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.” (p. 20)
En esta cita se ve, que Juan, no se desilusiona frente a la contradictoria relación de ese “pueblo tan triste” que ve con el que le contó su madre, sino que a los suspiros de la madre y su exilio forzado, impotente para revertir este tiempo del “después”, el del páramo, él viene en su lugar para instaurar “con los ojos que le dio la madre” esa mirada del “antes”.
Por eso es que desde que la novela se inicia y hasta la muerte de Juan (fragmento 36) que marca el fracaso de instaurar un nuevo tiempo, éste se constituye en la voz narrativa en primera de la novela, a partir del fragmento 37 no habrá ninguna voz narrativa ordenadora, ni siquiera el narrador en tercera que se hace presente en algunos fragmentos. La novela se irá armando desde los distintos ecos y murmullos narrativos. El fragmento 36 finaliza con la sentencia lapidaria de la imposibilidad de romper con ese eterno tiempo circular, que encierra la posibilidad de construir un futuro. Nótese que se impone el “calor de la canícula de agosto” que es exactamente el clima que percibe cuando llega a Comala[2] y al que le quiere oponer la verde y fértil visión de la madre.
Esta sentencia está puesta en presente, alterando abruptamente el tiempo pretérito que lo rigió hasta aquí. Esta enunciación en presente revela el momento de enunciación del narrador Juan, inmediatamente después de su muerte física y además son las últimas palabras antes de morir como narrador, estableciendo la condena que lo lleva a quedar atrapado “para siempre” en ese tiempo circular.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta,acalorada por la canícula de agosto.
No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.
Digo para siempre.
Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi. (negritas propias, p. 49)
Quiero señalar además, que ya en el fragmento 37, Juan que fue ahogado por los murmullos, deja de ser una voz narrativa para convertirse en un eco-murmullo narrativo más, y esta marca lo da el entrecomillado que por primera vez señala su discurso.
A diferencia de la “novela de la revolución” donde las voces narrativas testimonian e inclusive se erigen como voces ya sea para denunciar o para proclamar un camino desde una determinada perspectiva política, el páramo en el sentido en que lo venimos desarrollando, no permite constituir voces narrativas desde dónde indicar un futuro. Las voces desaparecen de la novela y su lugar lo ocupan los murmullos, ecos, ruidos, que transforman y se adueñan de la obra. En ésta reina el escepticismo de poder rearmar un lugar desde dónde erigir una voz, por lo menos para México, que sea creíble y que pueda hacer pie en la tierra enlodada por miles de cadáveres
[1]Todas las citas, de la obra de Juan Rulfo, que aparecerán en este trabajo corresponden a la edición: Pedro Páramo. El llano en llamas y otros textos, Planeta, Buenos Aires, 1991. Para facilitar las referencias a Pedro Páramo, se tomará la numeración de los fragmentos (70 en total), que el autor ha marcado separando con espacios uno de otro.[2] Ver cita en página 4 de este trabajo