Grageas II
"(...) Ni siquiera la tranquilidad atroz de ser y saberse el hombre elefante para toda la vida. El peor monstruo urbano, el camaleón humano, el que no puede no saber, el que no puede no tener respuesta sea el ámbito que sea. Encontrar siempre la certeza tranquilizadora para que el otro pueda relajarse. “Nunca manejé un avión y menos perseguido por una flotilla nazi ametrallando nuestras espaldas, Dra. Fletcher, amada mía, relaja tus músculos, tu psiquis y desmáyate tranquila, aunque seas la única que puede pilotear en este habitáculo aéreo”. “Rabino, tú que has entrado en crisis con tu fe, ya que tus cuentas han llegado, por fin, a la cifra, pero te resulta insignificante, no te preocupes. Yo, que no soy judío, lo seré y juntaré mis pocos indicios acerca de la cábala, exprimiré mi cerebro y cada uno de los pequeños datos que poseo y te demostraré que la ausencia completa de significado es el cierre tranquilizador del sistema, es Dios, es el paraíso”. “¡Señora...! Sí, sí, usted. No llore más, ¿no me reconoces?, soy tu esposo que vuelve de la guerra, que no morí... Mira mi cara, igual que la del medallón colgado en tu pecho”. Y así toda la vida, de aquí para allá, vitoreado o vituperado, según las circunstancias. Alerta a la respuesta, tenso los nervios para satisfacer, para no ser rechazado, sin poseer la desazón, el desplome muscular, la certeza angustiante de ser para siempre el monstruoso hombre elefante y no otro. (...)"