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Grageas IV



–¿Te conté alguna vez cuando las monjas me encerraron en el granero...?

–...

–Por eso a mí no me vengan ni con curas ni con monjas. ¿La Iglesia? A la porra. ¡A la porra con la Iglesia.– Así arrancó la Deo una de tantas mañanas en las que me narraba su historia. Yo quedaba atrapado y escuchaba.

–En un granero..., en un granero me metieron, sí, en un granero que se fue haciendo negro cuando se iba acabando la tarde...

–…


–El año ’26 o el ’27..., cinco o seis años, más o menos... Pero no les di el gusto, no lloré, ¡nooo señooores!... ¡Ni esto, lloré!, ¡ni un poquito así!, y cuando se acordaron de venirme a buscar, que me acuerdo que yo estaba como abombada de tanta oscuridad, de tanto ruido raro, de tanto olor raro, de gritos de bestias por todos lados..., me acuerdo patente, patente, como si fuera ahora, los pasos acercándose, pasos tremendos, monstruosos y que de golpe se hizo como una rajadura en la puerta, con una luz de farol que casi me deja ciega. Se ve que les dio un poco de culpa a esas guachas de las monjas, porque cuando entraron se querían hacer las buenitas..., me llamaban con unas vocecitas suaves que yo no les entendía ni jota lo que decían... Me quedé paradita, tratando de no tiritar del frío que tenía, paradita como una estatua para que no me encontraran y pensaran que me había muerto y así las metían presas a todas, todas..., hasta que me iluminaron con esa mierdita de luz que tenía una en la mano y yo, parada les escupí en la cara: ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta! y se los repetí sin parar, aunque me envolvieron en una mantita, me alzaron y atravesaron todo el campo sembrado, conmigo en brazos, entraron al casco y yo seguía, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, hasta que me dejaron en el dormitorio y me acostaron y yo seguía desde la cama pataleándoles las sábanas y frazadas para que no me taparan, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, ¡filhas da puta!, hasta que por fin me reventaron la cara de un cachetazo frente a todas las internas del dormitorio, y entonces les largué você não é minha mãe para que me deu uma surra, minha mãe está morta..., y recién ahí, me callé la boca. Me levanté de mi cama y me metí en la de mi hermanita que no paraba de llorar desesperada, sólo para toser feo, un catarro que le venía del pecho, pero esa es otra historia. La abracé fuerte y se durmió, y yo lloré para adentro con todas mis fuerzas, hasta gastarme.

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